SAN CHARBEL (CAPÍTULO 2/7)

Estatua de San Charbel en Ehmej

Un ambiente propicio para la Santidad*

Por Nabil Semaan

 

“Beqaakafra”, la aldea habitada más alta, al norte de Líbano, situada frente a “Becharre – Gibran” y los cedros divinos; Un centenar de casas con techos de tierra batida se agrupan alrededor de una iglesia, que en invierno, se ven sumergidas en la nieve, y forman en primavera un pintoresco cuadro con el fondo verdoso de las moreiras y viñas que alimentaban a los gusanos de seda.

Los aldeanos maronitas, son orgullosos de su fe, y saben afrontar a la muerte. Han visto como las tempestades y el amor por el lucro han arrancado sus cedros. Pero, ni las cargas turcas, ni la conscripción impuesta, ni la miseria, han podido quebrantar, a lo largo de los siglos, su fidelidad hacia la iglesia. Son buenos, hospitalarios, laboriosos, y perseverantes en su lucha y amor por la tierra. Practican la religión con respeto humano y mucha devoción a N.S. María. Los ves caminando a su trabajo campestre rezando con su rosario.

En esta aldea parecida a Nazaret la Biblia, y tan profundamente libanesa, nació el 8 de mayo de 1828, el quinto hijo de Antoun Zaarur Makhlouf (o, Majluf), y Brigitta Chidiac. Ocho días después fue bautizado, en la vecina iglesia de N.S. María, con el nombre de Yousef (José).

Su padre era campesino que no tenía más que una modesta parcela de tierra y un pequeño rebaño. Sin embargo poseía un doble tesoro: el amor por su trabajo y una fe sólida.

La madre tenía la misma fe, y una piedad casi monacal. Amaba rezar en soledad, y siempre decía a los suyos: “¡No dejen que nadie venga a molestarme cuando rezo!”. Insistía sobre el deber de orar en familia. Llegando la hora, todos los hijos se arrodillaban a su alrededor, y recitaban la oración ante el icono de la virgen, mientras las espirales de humo de incienso se elevaban hacia el cielo. Asistir diariamente a la misa, constituía para esta campesina lo esencial  de su devoción. Ayunaba casi todos los días de su vida, y se empeñaba en darles una educación estrictamente cristiana a sus cinco niños, tres varones: Juan, Bechara y Yousef; y dos mujeres: Koun y Wardeh.

Su hija Wardeh (Rosa), parecía mucho a ella, no abandonaba nunca el rosario y lo llevaba en sus manos hasta cuando iba a los campos de cultivo. Una vez algunos aldeanos le dijeron criticándola:

“¡Llevas a un rosario igual que una religiosa y estas de novia, cuando te cases, tu suegra te va a canonizar!”. Y como si ella tuviera el presentimiento de su muerte, respondió: “Probablemente moriré antes de casarme”. Y decía a menudo en sus oraciones:” Dios mío, ¡si mi matrimonio no te place, hazme morir antes!”. Y efectivamente, murió de novia antes de casarse.

La fe era viva en su hermano Juan, quien fue el administrador de la propiedad parroquial de su aldea. Hizo reconstruir la iglesia San Saba, y cuando vio celebrar en ella la primera misa dijo con alegría: ¡Ahora puedo morir feliz!”. Precisamente en esta misma fue inhumado a su fallecimiento.

La alegría reinaba en esta creyente familia al ganar dignamente su pan cotidiano, pero ninguna alegría es duradera en este valle de lágrimas. Dios forja sus elegidos, como el herrero forja el hierro: Una noche, un grupo de soldados a caballo, se presentaron a la casa de esta humilde familia y entregaron a Antoun un escrito, para que mañana al alba se presente con su asno a fin de cargar abastecimientos para las tropas turcas por un tiempo no determinado. Muy sorprendido, Antoun trató de protestar: “¿Pero quién se encargara de mi familia?, ¡Somos pobres e Yousef y los demás necesitan de mi trabajo para vivir! Déjeme por lo menos unos días para arreglar lo más urgente”, imploraba Antoun en vano. Mientras los soldados se alejaban con un brutal ruido de armas, la familia parecía quedar desamparada. Antoun, partió al día siguiente, al trabajo forzado, con el corazón hecho pedazos, mientras el pequeño Yousef, de solo tres años, divertía ¡incapaz de imaginar que pronto seria el pobre huérfano! Cumplida su misión, y mientras retornaba a su casa, ¡Antoun cayó gravemente enfermo en Ghorfin cerca de Byblos, y murió poco después, el día 8 de agosto de 1831, y allí lo enterraron, sin que los suyos fueron prevenidos!

Después de meses de inconsolable espera, Brigitta comprendió que era viuda. Altiva y valerosa, se resignó a su suerte y ofreció a Dios  su profundo dolor, prosiguió la educación de sus niños, y se esforzaba para ganarse la vida. Tras dos años de lucha solitaria, y temiendo de no poder  continuar satisfaciendo las necesidades de los suyos, se casó en octubre de 1833, con un hombre muy piadoso, Ibrahim Lahhoud de la misma aldea. Este hombre consagrado a la familia, abrigaba la esperanza de llegar a ser sacerdote. Muy pronto, y con una autorización particular, fue ordenado cura, bajo el nombre de Dominico (Abdel Ahad).

Tal era el ambiente en el cual iba a crecer el pequeño Yousef. Podemos adivinar lo que debía ser la formación cristiana de un niño cuyo padrastro es sacerdote. Yousef quedaba cerca de él en la iglesia, en la misa, y lo servía en todas las ceremonias.

Simultáneamente, Yousef partía a la escuela contigua a la misma iglesia. En efecto la plaza sombreada  por el gran roble, servía de escuela para la aldea, y en invierno había un refugio de una sola habitación, cerca de la iglesia, que recibía a los pequeños escolares, quienes formaban un círculo alrededor del maestro, que generalmente era el mismo cura. Aprendían a cantar salmos, así como a leer y escribir, y a rezar y servir la misa. Este era el programa escolar de casi todas las aldeas del monte Líbano. El siriaco ocupaba un importante lugar en la enseñanza. Desde los diez años, Yousef debía cantar el oficio con el cura, y el único diploma con el que podía soñar, era obtener el testimonio del cura, afirmando que el alumno sabe leer sin faltas el siriaco y servir la iglesia. Se trataba de una formación primaria, pero práctica, conforme con el carácter monástico que distinguió, desde su origen, a la comunidad maronita.

Así, Yousef era uno de los alumnos de “la escuela parroquial del roble”, y a la vez uno de los niños del coro, aprendices de obreros y pastores, e iniciaba en las diferentes labores campestres.

En los campos y las colinas de ese sitio privilegiado, llevaba a pastorear su vaca y sus ovejas. ¿Qué decir de esta coqueta aldea  de Líbano?: ¡Que encanto para el alma contemplar este maravilloso espectáculo con las cumbres nevadas, las aldeas de techos rojos, los cedros bíblicos, el valle santo y el infinito horizonte. El paisaje se salpica de anemonas, de tulipanes silvestres; ríos y manantiales caen en cascadas diseñando alegres arcoíris!

Cantando fascinado, Yousef conduce su pequeño rebaño por esta soledad y este silencio, siente la presencia divina tan verídica es, que las maravillas de la naturaleza cantan la gloria de Dios. Ahí se siente uno más libre, y su joven alma vibra con todo lo bello: los árboles, los pájaros, los manantiales, todo habla de Dios.

Al cumplir catorce años, Yousef se aleja de sus “camarada burlones”, convencido que su madre, sus tíos maternos, y su padrastro, tienen la razón. ¿Y porque no hace él como su madre que reza en secreto? Justamente hay en los alrededores una gruta que lo oculta de las miradas indiscretas, y así toma la costumbre de ir a este lugar para concentrarse en rezar y encender inciensos delante de una pequeña imagen de la virgen, suplicándole “Muy santa virgen María, ayúdame, ¡tengo una idea muy bella, que debo consultarla con mis tíos ermitaños!” Al darse vuelta, vio a su prima Miriam que le había seguido muy intrigada. La niña que acababa de recoger un ramillete de flores silvestres, se lo entregó ingeniosamente. Lo depositaron a los pies de la virgen, y juntos vieron elevarse el humo del incienso. Esta gruta será su oratorio y su primera ermita. A lo lejos hay una roca que domina la planicie, que le serviría de observatorio y lugar de meditación.

Una hora de camino, separa entre Beqaakafra y la ermita de Mar Boula (San Pablo), dependiente del monasterio de San Antonio Kozhaya, donde viven sus dos tíos maternos, los padres Agustín y Daniel Chidiac, de Becharre. Su influencia sobre el porvenir de su pequeño sobrino será decisiva. Yousef admiraba este tipo de vida en soledad y silencio, y llegaba a visitarlos antes del alba y participaba en sus oraciones, sus cantos, y les servía en la misa, y oía sus sabios consejos. Ellos lo habían instruido sobre la maravillosa historia del monaquismo “Quien quiere encontrar al Señor, y vivir en su profunda intimidad, debe romper con las vanidades, y huir del mundo para vivir en soledad en compañía de Dios… Sin duda, hijo, los que hacen esto, pueden ser tachados de locos por los sabios, según los hombres. Pero San Pablo nos enseña que ¡la locura según los hombres, es sabiduría según Dios! Dejemos al mundo con su falsa sabiduría, y vamos hacia Dios con toda nuestra alma”.

Yousef ahora que cumplirá dieciséis años, puede evaluar la sublimidad de este ideal monástico, en el que viven sus tíos en este lugar privilegiado, donde las ermitas parecen como un nido de golondrinas pegado contra la roca. ¿Cuán feliz se sentía Yousef al saber que debía atravesar en el valle de Qadicha, metrópoli de la vida ermitica, para regresar a su casa? Este valle que muestra todavía sus células cavadas en la roca, y entrelazadas por senderos estrechos, y desde cuyas profundidades no se puede descubrir más  que un pedazo del cielo ¿Con qué éxtasis contemplaba el sitio sagrado grandioso de Líbano, rico en virtudes y sacrificios de tantos piadosos solitarios?

Yousef reiteraba a menudo sus visitas a sus tíos, y el deseo de seguirlos se desarrollaba en él día tras otro. Una voz interna lo llamaba diciéndole: “Deja todo y sigue a Cristo”.  El mundo no tenía interés para él. Los aldeanos se inquietaban por los disturbios políticos y las disputas con los turcos. Yousef comprendía ahora el drama de la muerte de su padre, que conoció poco, y que fue arrancado abruptamente de su hogar, y muerto muy lejos de los suyos. Yousef percata que una sola cosa cuenta en esta vida: Llegar a ser un Santo. En lo sucesivo, siente nostalgia por Dios.

El 15 de agosto de 1848, Yousef escucha esas alegres campanas, que parecen hablando entre sí, anunciando las fiestas de la asunción de nuestra madre celestial, celebradas con entusiasta solemnidad, en las que los aldeanos cantan las letanías marianas, encienden los cirios por docenas y consumen el incienso con profusión. Luego se da libre curso a la fiesta profana “El Kaif”; el júbilo popular se desarrolla ese día con un brillo muy particular, visto que se celebran  matrimonios delante de las casas de los recién casados. Chicos y chicas con vestimentas locales, se entregan sobre una pista improvisada al “Dabke”. Todos los aldeanos vienen a felicitar a los jóvenes esposos. A Yousef también, serio pero radiante, le toca su turno, va acompañado de su madre Brigitta. Pues ¿cuándo te toca a ti Yousef? Dijo la novia, y continúa: “Conozco una muchacha”, fijando la mirada en Miriam, la muchacha de la gruta, quien al adivinar que acaban de pronunciar su nombre, sus ojos brillan y se ruboriza. Mientras tanto, Yousef se retira pensativo, diciendo a Brigitta, excúseme madre, yo tomo el camino más corto, y entra a la iglesia.

En los siguientes meses, Yousef no pone mala cara al trabajo. Este empapado de sudor, pero su rostro traiciona su lucha interior y murmura: Señor, haz que yo sea para ti con toda mi alma.

Un día, lejos de su aldea, estuvo en búsqueda de su cabra perdida ahí cerca del muro que rodea el bosque de los cedros bíblicos “Arz Er-Rab”, se detiene un rato, y luego entra en medio de estas catedrales vivas, que llenan el azul del cielo. ¿Qué emoción agitara el alma? En silencio mira y admira. En la capilla incrustada en un cedro milenario cae y reza. Súbitamente, cree oír una voz, un llamado que se hace más acucioso que nunca: “Deja todo, ven y sígueme”.

Yousef no está sordo a la inspiración celestial. Desde ahora, en el mundo que lo rodea, descubre más y más las huellas de Dios. Lo adivina en los cedros poderosos, en la actitud de la hormiga, en el chicharreo de la cigarra, y en la austeridad de tantos cristianos, cuyo profundo anhelo es complacer al Señor y hacer su voluntad, sin arrebatos, y con toda conciencia dice: “Si a Dios”.  (Fin)

 

(*) – Texto adaptado por Nabil Semaan, para reflejar el entorno socio – familiar propicio para el nacimiento de un Santo. Citando de referencia el libro:”Charbel: Un hombre embriagado de Dios”, cuyo autor es el padre Pablo Daher, páginas 37 al 55, publicado por el monasterio de San Charbel en Annaya Líbano, 2009.