En homenaje a todos los maestros del mundo, propagadores de la cultura, la ciencia y el arte, la comunidad mexicano-libanesa decidió hacer patente su labor pedagógica, erigiendo un monumento al maestro universal en la tierra generosa que brindó cielo y horizonte, paz y amor a aquellos emigrantes que, venidos desde El Líbano, se unieron con infinitos vínculos de sangre, de pensamiento y de cultura con los nobles hijos de México.
La idea de construir un monumento al maestro del universo y que el fenicio Cadmo, difusor del alfabeto, lo simbolizara, “surgió de la colectividad antes mencionada debía perpetuar su agradecimiento al pueblo de México, por la acogida que desde un principio dio a los primeros emigrados”
Esta iniciativa encontró una respuesta inmediata entre los miembros de la colonia mexicano-libanesa, cuyos integrantes se propusieron convertir en realidad el proyectos original, e impulsados por el dinamismo y el trabajo que los distingue y caracteriza, se unieron en la tarea de brindar a los maestros del mundo el primer testimonio en forma de monumento que en su honor y memoria se levantó.
El monumento se encuentra en el milenario Bosque de Chapultepec, en la Ciudad de México, en el corazón de las antiguas culturas del Anáhuac, y representa la perenne gratitud a la labor de aquellos que día con día, desde siempre con abnegado tesón, “informan, capacitan y encausan nuestras posibilidades, para convertirlas en responsabilidades, habilidades y destrezas”.
En lo largo del proceso de la lucha del hombre por abandonar la obscuridad que lo circunda, hubo una época de la historia en que la luz civilizadora partía de oriente. Allí donde un pueblo genial mantuvo encendida -como trazo perpetuo de un rayo y el interminable fulgor de un relámpago- la llama infinita de la sabiduría; allí donde los hombres de Biblos, Ugarit, Tiro, Arvad, Sidón, Sarepta, Berite, fueron llamados cananeo-fenicios. Allí donde una mañana, en al amanecer del pensamiento, un libanés llamado TOR inventó la escritura y su nombre quedó inmerso en la montaña enhiesta de la jeroglífica egipcia -gemela cronológica de la cuneiforme sumeria- y, luego, en el manto de la literatura helénica, otro libanés no menos genial, difundió al orbe las artes alfabéticas. Ese libanés que venía de Fenicia…era CADMO.
Cadmo enseñó a leer y escribir valiéndose del alfabeto a los todavía pueblos de la balbuciente Europa, representada en aquellos tiempos por la naciente Grecia. Bastaría este papel de maestro quienes habrían de ser los iniciales guías de Occidente, para guardarle un sitio en la historia del mundo a este genial fenicio que, por un lado, aparece como maestro de todas las ciencias y artes de la cultura y, por otro, como viajero seguro de su empresa.
Cadmo es el inmigrante que simboliza dualmente al fenicio de ayer y al libanés de hoy; es el colono de Tiro, de Sidón, de Biblos, de Arvad…y que semejante al emigrado del Líbano contemporáneo, es el hombre eterno que busca nuevas luces en el dilatado camino del cosmos, es el hombre peregrino que aprende y enseña sin egoísmos, y con esa mística secular, tan pronto capta como transmite. Su espíritu sensible a la amistad, encuentra y cultiva amigos donde vive y, a donde va, ama y procura la paz.
El monumento tiene como figura principal a Cadmo en la actitud de enseñar el alfabeto. La importancia de esta transmisión universal queda reflejada en la diaria utilización de las letras, que nos sirven para expresar nuestra ideas en escritura alfabética.
Por eso Cadmo es el personaje principal del conjunto escultórico, del primer monumento que se erige al maestro en el mundo, en toda la historia de la humanidad.
Cadmo fue el garante de la sublime epopeya de la inmigración libanesa a todo el planeta. Inmigración que desde los tiempos fenicios hasta nuestros días se entregó al trabajo y a la concordia; inmigración que mezcló su sangre y fusionó sus milenarias costumbres, con la de los pueblos que acogían su establecimiento.
Inmigración que nunca olvida su doble origen y que se resume diciendo: “Ante todo, antes que todo y ante todos, somos y nos sentimos mexicanos de origen libanés;”
Precisamente esta manifestación fenicia en la vanguardia civilizadora hacia Occidente nos impulsó a tratar, en casi imposible tarea, de fijar su papel preponderante en los comienzos alfabéticos, y su rol difusor, siguiendo a otros más enterados, o al menos, tratando de descubrir en él, una figura simbólica de base histórica real que llevó a cabo la fusión entre fenicios y helenos: recién llegados (los fenicios) a la costa, probablemente entraron en contacto con los pequeños navegantes helenos y enseñaron su escritura.
(CONTINUARÁ)
Tomado del Libro CADMO, escrito por el Doctor Ulises Casab Rueda, seguiremos haciendo una serie de artículos sobre el mítico personaje que lleva el nombre del libro.