EL NIÑO JESÚS

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El amor y el Niño
Gibrán Kahlil Gibrán

 

En el ayer, amada mía, viví solo en este mundo y mi soledad era más cruel que la muerte. Yo era solitario como la flor que brota de la roca. La vida no advirtió mi existencia ni yo la suya.

Hoy despertó mi alma, te halló erguida en su proximidad y fue respetuosa y alegre. Después se prosternó delante de ti como aquel pastor que vio arder la zarza.

En el ayer, amada mía, sentíase rudas las caricias de viento y débil la luz del sol. Densa niebla cubría la faz de la tierra; las olas del mar rugían como los truenos de la tormenta. Miraba hacia todas partes y solo veía mi alma doliente. Los fantasmas nocturnos giraban en torno mío como cuervos hambrientos.

Hoy se calmó el viento, la luz alumbra el mundo, el mar sonríe y la niebla ha desaparecido; doquier miro te encuentro y  veo a los secretos de la vida rodearte cual nimbo de luz en torno de un lago tranquilo.

En el ayer era una palabra muda en el silencio de la noche y hoy, un canto alegre en el corazón del día.

Todo sucedió en un solo instante gracias a una mirada, una palabra, un suspiro y un beso. Aquel instante, oh amada, que unió el pasado de mi alma a su futuro, era como la rosa blanca que brota del obscuro corazón de la tierra a la luz del día. Aquel instante es a mi vida lo que el nacimiento de Jesús a todos los siglos, porque era lleno de gracia, pureza y amor; y porque de la obscuridad que había en mi, hizo luz, y de la tristeza, alegría, y de la desgracia, felicidad.

Las llamas del amor oh amada mía, descienden del cielo el forma y colores variadísimos; empero, su acción en este mundo es una sola: la pequeña llama que alumbra las celdillas de un solo corazón humano, es semejante a la gran llama inextinguible que desciende de las alturas para alumbrar a todos los hombres; y en una sola alma hay elementos, e inclinaciones y sentimientos semejantes a los que existen en el alma de toda la familia humana.

Los judíos, oh amada mía, esperaban desde el comienzo de los siglos el advenimiento de un poderoso que los salvará de la esclavitud de las naciones. El hermoso espíritu de los griegos advertían que su culto a Zeus y Atenea había decaído. El recio espíritu de Roma se convencía de que el culto a Apolo alejábase del sentimiento nacional, y el de la belleza eterna de Venus comenzaba a declinar. Y de este modo, todas las naciones sentían, sin saberlo, un hambre espiritual, anhelaban enseñanzas más elevadas que las ordinarias; y sentían también, un profundo deseo por la libertad espiritual, que enseña al hombre a alegrarse con su prójimo a la luz del día y ante la belleza de la vida tal es la verdadera libertad que permite a los hombres acercarse a las fuerzas invisibles, sin temor ni cobardía, y hace que todos los hombres que aproximan a ella, sean felices.

Hace dos mil años, amada mía, todo era así: los sentimientos del corazón humano aleteaban en torno de lo tangible temiendo acercarse al espíritu del Todopoderoso; pan en los bosques, llenaba de pavor el alma de los pastores; Baal, el dios sol, estrujaba en las manos de sus sacerdotes el corazón de inocentes y débiles.

En una en una sola noche, en una sola hora, en un solo instante que se aparta de los siglos, por ser más fuerte que los siglos, se abrieron los labios del espíritu, pronunciaron las palabras de vida que en el principio estuvo con el espíritu, luego descendió con la luz de los astros y el brillo de la luna para tomar cuerpo en un niño, en brazos de una Vírgen, en un hogar humilde, donde los pastores guarecían su rebaño contra las fieras de la noche…

Aquel Niño, dormido sobre la paja del pesebre, aquel Rey sentado sobre un trono de corazones cansados del yugo de la tiranía, de las almas sedientas del espíritu y de las mentes anhelosas de sabiduría, aquel Niño de pecho, envuelto con los vestidos de una madre pobre, arrebató con su mansedumbre el centro de Júpiter Tonante para entregarlo al humilde pastor recostado sobre la hierba; con su ternura, tomó la sabiduría de Minerva para ponerla en la lengua del pescador sentado en su barca a la orilla del lago; rescató la alegría de Apolo con el dolor de su alma para regalarla al sufrido mendigo; fundió su belleza con la de Venus y la puso en el alma de la mujer caída y temerosa de la crueldad de sus opresores; destronó a Baal, colocando en su lugar al humilde labrador que siembra los granos con el sudor de su frente.

¡Amada mía! ¿No eran mis sentimientos iguales a los de las tribus de Israel? ¿No había esperado en la quietud de la noche la venida del Salvador, para librarme de la esclavitud de los días? ¿No he sentido igual que los pueblos antiguos, la profunda sed espiritual? ¿No anduve en el camino de la vida cual adolescente perdido entre los barrios desolados? ¿No era mi alma como una semilla arrojada sobre una roca, donde ni las aves la recogen ni los elementos la fecundan?

Todo eso, ¡Oh amada mía!, aconteció en el ayer, cuando mis sueños vacilaban en los rincones de la obscuridad por temor de acercase a la luz.

En una noche, en una sola hora, en un solo instante que es paréntesis en mi vida por ser más bello que el resto de mis años descendió el espíritu en medio de la luz, desde las alturas, me miró a través de sus ojos y hablóme con tu lengua; y de aquella mirada, y de aquellas palabras, nació el amor que llena mi corazón… Es el poderoso amor sentado en ese pesebre, es el bello amor envuelto con el ropaje de los sentimientos, es el manso niño de teta reclinado sobre el pecho del espíritu, que convirtió mis tristeza en alegría, los fracasos en gloria y la soledad en paraíso. Es el Rey omnipotente que con su voz ha devuelto la  vida a mis días muertos, y con su unción, la luz a mis pupilas irritadas por el llanto.

Todos ese tiempo, “amada mía” había sido noche y se convirtió en aurora; y será día, porque el aliento del Niño Jesús ha penetrado los átomos del espacio y la esencia del éter. Toda mi vida era triste y se volvió alegre, y será eternamente feliz porque los brazos del Niño han acogido mi corazón y abrazado mi alma.