GIBRÁN KAHLIL GIBRÁN

JESÚS, GIBRÁN PINTOR
LEONARDO S. KAIM
2ª PARTE 

LA EMIGRACÓN LIBANESA Y SUS BENEFICIOS 

“Jóvenes americanos de habla árabe…
“Yo creo en vosotros”

GIBRÁN

 

 Cuando pequeño, Gibrán oía relatar crispantes anécdotas sobre las invasiones turcas y escuchaba con horror las trágicos episodios de las guerras intestinas. Oía también hablar del héroe de Ehden, cuyas proezas admiraba. Pero lleno de fe en la vida, soñaba sin cesar en un mundo mejor, libre de ruindades, en el que los hombres fuesen más buenos, donde el trabajo y el pensamiento rindiesen su fruto en beneficio de los que labran la tierra y dan vuelo libre a sus propias ideas.

Gibrán no era el único que soñaba. Su sueño, en mayor o menor escala, era el de la mayoría de los libaneses y desde luego, el de toda su familia, si exceptuamos al padre que era feliz con su vino, su café y sus cigarros y además, con llevar una vida humilde y honesta, sin ambiciones de gloria y riquezas. Mas la vida en el hogar se volvía un tanto insoportable, pues los precarios recursos no bastaban para vivir sin padecer privaciones y sostener la afición del padre.

Pasaron los años sin vislumbres de mejoría, y al fin, a iniciativa de Pedro, decidieron emigrar del padre y de los turcos, ir a Boston, donde parientes suyos y gente de su pueblo les ayudarían en su etapa inicial de trabajo. Pedro soñaba en hacerse rico para mantener dignamente los placeres de su querido padrastro, dar a su madre una vida de gran dama ya sus hermanos una educación conveniente.

Todos sabemos que la emigración libanesa, empezó a hacerse sistemática desde mediados del siglo ante pasado debido principalmente, como ya hemos dado a entender, a la opresión otomana, bajo cuya férula era muy difícil hacerse de una posición social, económica o intelectual. Casi podemos asegurar que no hubo entre los pueblos de la montaña, familia libanesa de cuyo seno no emigrase alguno de sus miembros o todos a la vez. El resultado fue que desde principios  del siglo pasado, vive una mayor cantidad de libaneses fuera de Líbano que dentro de él, caso único en  la historia.

Los libaneses protegidos por los inexpugnables precipicios que rodean sus montañas, gozaban de una vida libre. No así los que vivían en las ciudades que, asentadas en la tierra plana de la costa, eran fácilmente dominadas por el ejército turco. La población rural en todo el mundo, es absorbida por las ciudades y al excederse en número se vuelca sobre estas, fenómeno que puso a los montañeses de Líbano ante esta cruel disyuntiva: o vivir en la ciudades de la costa y soportar la tiranía turca, o bien, emigrar a países extraños. Optaron por esto último, pagando con el exilio voluntario el precio de su libertad.

Traían anhelos nobles, una moral incorruptible y una inteligencia superior, que bastó para abrirse paso ardua y honestamente; y así como recibieron, también dieron, creando fuentes honestas y perennes de trabajo en el comercio, en la industria y en la banca, sin que se les conozca hasta la fecha una sola ocupación indecorosa.

Pero no se piense que solo se emigró para buscar una mejor posición económica, pues fueron muchos los intelectuales que emigraron para escribir con absoluta libertad en el extranjero. Gracias a la emigración de varios escritores a tierras de Egipto, los libaneses se enorgullecen de haber creado un portentoso movimiento intelectual que culminó en el resurgimiento de la soterrada literatura árabe que, a la postre, tuvo su más elevado exponente en el canto ya francamente revolucionario de Gibrán Kahlil Gibrán. En torno de estas ideas, creemos oportuno, para valorar la trascendencia de la obra de Gibrán, citar el siguiente comentario de Don Alfonso Junco:

“…Y de Líbano diríamos que se juntan Occidente y el Oriente, que Rudyard Kipling tenía por injuntables a perpetuidad todo el Oriente vagaroso, que se expresa por símbolos y sueños y fantasías, unirse al Occidente, más práctico, más concreto, más estructurado, en la reciente poesía de un libanés con larga residencia en América, Gibrán Kahlil Gibrán – muerto en 1931- que escribió originalmente así en su propio idioma arábigo como en inglés, y que, traducido a casi todas las lenguas, llevó por el mundo un mensaje poético en que el alma del Oriente y el alma del Occidente se hermanan, se compenetran y se ilustran con recíproca luz.

“Lógico era que esta misión -ya en algún modo emprendida por Rabindranath Tagore- lograse acabamiento y plenitud en un hijo de Líbano. Porque Líbano podría elegirse para símbolo triunfal de la “imposible” fusión de Oriente y Occidente…”

En verdad, la historia de la emigración libanesa es una epopeya que aun no se ha escrito. El sueño de Pedro, repetimos, era similar al de todas las familias pobres de Líbano, sedientas de libertad.

Y vendrían, en su inmensa mayoría, a América, con la idea de hacer fortuna y educar a sus retoños en una nueva patria, sin temer los ineludibles tropiezos cuando se va a luchar limpiamente en países extraños y desconocidos. Es increíble cómo todas esas gentes, desnudas de cultura y ricas en espíritu logran, en menos de un siglo, hacerse de una posición privilegiada, sentirse al poco tiempo patriotas legítimos, echar raíces fecundas, y, al fin, ser factor importante en todos los aspectos de la vida de las naciones que les abrieron los brazos. Prueba de su amor y apego a estas es, entre otros, el hecho de que, a pesar de la riqueza acumulada, no han pretendido regresar a su país de origen, llevándose consigo familia y fortuna, y es que todos están plena y definitivamente convencidos de que su verdadera patria, y sobre todo, la de sus hijos, está en estos queridos países de América.

Aún en nuestros días, en que Líbano desea recuperar a sus emigrados brindándoles toda clase de facilidades y privilegios, no muestran el interés que se supone que deberían por volver a Líbano y hacer que su país de origen aumente el florecimiento. Ellos han sabido mostrar su gratitud, plantándose allí donde pudieron moverse a sus anchas y prosperar en una atmósfera de paz y libertad.

Oigamos a propósito de estas ideas, un mensaje alentador que por 1925 Gibrán dirigió a los jóvenes americanos de habla árabe, mensaje que el poeta repetiría -ahora con mucha más razón- a los jóvenes de habla árabe esparcidos por el mundo. Dice el profético mensaje:

 

 

“Tengo una fe inquebrantable en vosotros y en vuestro destino

“Creo que vosotros contribuiréis a esta nueva civilización.

“Creo que habéis heredado de vuestros ancestros un sueño legendario,  sus canciones y su divinidad, que orgullosamente podéis ostentar en la tierras de América.

“Creo que podéis decir a los fundadores de esta gran nación: ‘Aquí está esta juventud, pequeño árbol cuyas raíces fueron arrancadas de los cedros de Líbano y que está arraigando aquí para dar sus frutos’

“Creo que podéis decir a Emerson, Whitaman y James: “En vuestras venas corre sangre de poetas, filósofos y sabios, y es nuestro deber ir hacia vosotros y recibir, mas no iremos con las manos vacías.

“Así como vuestros padres vinieron a esta tierra a producir riquezas, vosotros que nacisteis aquí, sabréis producir también riquezas por medio de la inteligencia y la voluntad.

“Estor seguro que de vosotros han de salir buenos ciudadanos.

“¿Y qué es un buen ciudadano?

“Es reconocer los derechos de las demás personas antes que asegurar los vuestros.

“Es ser libre en pensamiento y en acción; pero saber también que nuestra libertad está determinada por la libertad de los demás.

“Es crear lo útil y lo bello con vuestras propias manos y admirar lo que ortos han creado con amor y fe.

“Es producir riqueza por medio del trabajo y solo del trabajo y gastar menos de los que produzcáis para que no queden vuestros hijos como una carga al estado en cuanto vosotros dejéis de existir.

“Es pararse ante los grandes rascacielos de Nueva York, Washington, Chicago y San Francisco,  diciéndoos vosotros mismos ‘Yo soy un descendiente de los que han construido Damasco y Biblos, Tiro, Sidón, Antioquia y ahora estoy aquí para edificar con vosotros y con la mejor voluntad.’

“Es un orgullo ser americano; pero vosotros debéis tener igual orgullo, por ser vuestros padres y vuestras madres de una tierra sobre la cual Dios puso su mano generosa y pródiga y que dio a la humanidad profetas y santos.

“Jóvenes americanos de habla árabe: ¡Yo creo en vosotros!”

Y Gibrán no creyó en vano. Su profecía es ya una realidad tangible de polo a polo en el Continente Americano y en todos los países que registran entre sus ciudadanos la semilla de la emigración libanesa.

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