¡Oh, mi madre!
Oh, mi amado país, te recuerdo / con cariño y jamás te olvidaré.
Te amo con verdadera devoción. / Y tal vez en tu tierra moriré.
Pero existe un amor aún más grande / que en las mañanas y las noches arde:
El amor de mi madre, aún más fuerte / que el tuyo. ¡Oh, mi madre!
Tarde en la noche, y ya dormidos todos, / me quedé a solas con mi soledad.
Mi derecha jugando con mi izquierda, / pero presa del llanto y el pesar.
Silencio y pensamientos vagabundos… / Mas una voz oí, hermosa y suave:
“Hijo mío”, e igual que cualquier niño / respondí: “¡Oh, mi madre!”
En mi exilio he contado que en mi infancia / le encantaba a mi madre mi voz lírica.
Mas si hoy canto es por juego y no lo siento / y encuentro que mi voz ahora es rígida.
La melodía que aprendí primero / y que recuerdo siempre, a cada instante
Es una deliciosa que no expresa / más que eso: “¡Oh, mi madre!”
La noche ha sido justa y por encima / vi volar a los ángeles del sueño
Que dijeron: “El Dios del pueblo asigna” / un protector a todos los pequeños.
Él los cuida en su cuna, él los guarda / mientras se van al fin todos los males.
Y a mí ¿qué ángel me ha cuidado siempre? Lo he dicho: “¡Oh, mi madre!”
¿Quién más feliz que aquél que siente el beso / de su madre en la casa del Señor?
En su sueño se posa un ave mágica. / Es su madre que canta una canción.
La misma que al oírlo se encantaba. / Y el corazón le parte en dos mitades.
Pues toda la ternura va en un beso, / un beso de mi madre.
En esa larga noche de emigrado / el sueño desertó de entre mis párpados
Y, llevando las manos a mi cara, / pues no podía ya frenar mis lágrimas,
Oí una voz de alivio que decía: / “Hijo mío, pedazo de mi carne”…
Y respondí a la voz: / “Aquí estoy, oh, mi madre!”