La partida de Beqaakafra en búsqueda de Dios*
Por Nabil Semaan
Una mañana de 1851, al alba, mientras se disipaban con pena las sombras de la noche, se podía divisar una delgada silueta deslizándose hacia la región donde todas las tardes se acuesta el sol; Es Yousef que se dirige hacia donde Dios lo llama.
No previno ni a su madre, porque teme a su tío y tutor, Tanios, quien no quería hablar de la vida monástica. El trabajo del sobrino le era muy provechoso. Su madre, no obstante con su total sumisión a la voluntad de Dios, hubiese sufrido mucho al verlo partir, además de que no estaba segura de la vocación de su hijo. Por lo tanto, sin dar aviso se fue bruscamente, sin mirar hacia atrás, sin besar a su madre y sin palabra para sus hermanos. Su corazón es grande para abandonar un pasado de veintitrés años de preciosos recuerdos. ¡Pero Yousef sabe quién lo llama! Él sabe que Este no se deja vencer en generosidad. Ahí está Yousef, en la larga y penosa ruta entre las montañas y valles, sin provisiones, sin mapas, sin guía, ¡pero una luz misteriosa ilumina su camino!… Hacia el fin del día Yousef esta exhausto por el cansancio y el hambre, es entonces que la tentación se le acerca:
“¿A dónde vas Yousef, y tu madre y hermanos? Todo el mundo te ama en Beqaakafra, sobre todo Miriam. ¿Por qué ir de manera absurdae a enterrar tu juventud en un claustro mientras el porvenir te ofrece tantas cosas? Renuncia, retorna.
El atleta de Cristo no falla, las gracias lo sostiene, y también la voz de sus tíos que le han dicho varias veces: “Busca a Dios que es la verdadera felicidad. Aquí abajo todo es vano. Los placeres del mundo no duran más que un momento, sus flores sebn marchitan rápidamente y la muerte arrasa con todo. La sabiduría consiste en no hallarse con las manos vacías a la hora suprema”.
Yousef continuaba firmemente su camino, mira el porvenir y sus ojos no tiemblan. De pronto descubre un verde valle con casas semejantes a las de Beqaakafra, y surge entre sus tejas rojas el monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, uno de los más bellos de la Orden Maronita Libanesa. Es allí que Yousef pasara el primer año de su noviciado entre 1851 y 1852.
Yousef saludó respetuosamente el primer religioso que se acerca a él, besándole la mano según la costumbre. El monje lo acompaña y lo presenta al superior, quien le da la bienvenida y le formuló la pregunta: “Hijo mío, que viene a buscar a nuestra Orden?”, y Yousef, con un tono decidido respondió: “La gloria de Dios, y la salvación de mi alma”. Y como el superior le hacía ver las austeridades de la vida religiosa y la lucha cotidiana que hay que llevar contra sí mismo, Yousef agachando la mirada, respondió: R.P., con la gracia de Dios practicaré todo esto.
Yousef fue recibido de postulante por solo ocho días, en los que conservaba sus hábitos laicos, pero le era permitido reunirse con los novicios. En estos días leyó la regla y pesaba cada palabra. Se detenía en este pasaje que repetía “El novicio, al ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, obedece alegremente y ve en su superior a la persona del Cristo mismo”. Para él la obediencia debe consistir en mortificar su propia voluntad para apegarse a la del Señor.
Fue un día domingo cuando Yousef se vistió de novicio. Le era permitido conservar su nombre, dado que era el de un Santo (José). Pero él quiso renunciar a este nombre que le traía a la memoria tantos recuerdos, para así romper todo lazo con el mundo terrestre. Con este gesto el nuevo novicio estaba consciente que iniciaba una lucha que duraría toda la vida, pero tendría el privilegio de entregarla a Dios. Eligió el nombre de Charbel, un nombre que había sido ilustrado por un mártir de la iglesia de Antioquia en el año 107, bajo el imperio de Trajano. En el nombre de ese santo festejado por la iglesia romana al mismo tiempo que a su hermana Barbee, el 29 de enero, encontramos el rasgo arameo, y esta palabra está compuesta de “Char”, que quiere decir Ley, y de “Bel” que significa Dios. Entonces el nombre Charbel significa “la ley de Dios”.
¿Pero que pasó en Beqaakafra desde la huida de Yousef?: La familia, desconcertada, buscaba al fugitivo, hasta que el padre Agustín de Kozhaya descubrió la verdad. Brigitta llora, pero la fe vence en su corazón angustiado. Su hijo está en el convento. Bendito sea Dios por el honor que le hace a ella. El tío Tanios estaba indignado y se dirigió con Brigitta y varios parientes a Mayfuq para traer de vuelta a Yousef: “Reverendo padre superior, es mucho pedir, exigirnos a nosotros pobres campesinos el sacrificio de este joven ¿Acaso Dios exige dejar a los suyos sin prevenirlos? Yousef sabe sin embargo que su ayuda es indispensable para su anciana madre”. En ese momento aparece Yousef, desde ahora el hermano Charbel. El tío torna hacia él amenazándole, mientras Brigitta le pregunta “Hijo mío, que prueba tiene de tu vocación?”. Tranquilícese hija mía responde el superior, la vida religiosa no tienta a los que no están hechos para ella. Y ante los multiplicados argumentos de su tío y su madre, el hermano Charbel responde: ”Querida madre, querido tío, no ignoro nada de lo que les debo, ni la pena que involuntariamente le he causado, pero el Señor me quiere completamente, yo no puedo, como tampoco ustedes, decirle que no!
Dominando su dolor maternal, Brigitta se acerca de su hijo, y tomando sus manos entre las suyas le dice: “Si no vas a ser un buen religioso, te diría que vuelvas a casa. Pero yo sé que el Señor te quiere para su servicio, y en mi dolor por estar separada de ti, digo al Señor resignada, que te bendiga hijo mío, y que haga de ti un santo”.
El hermano Charbel aceptaba con alegría la regla del noviciado y lo aplicaba más fervientemente. Esa constituye una prueba que solo pueden afrontar las almas que verdaderamente tienen una sólida vocación. El novicio debe cumplir actos casi heroicos para merecer la confianza de sus superiores; desde trabajos domésticos, hasta cantar el oficio siete veces al día, levantarse a la media noche para rezar, y participar en las ceremonias litúrgicas. Por otro lado había que dedicarse a los ejercicios de penitencia que esta impone.
Silencioso y obstinado, como los campesinos de sus montañas, se imitaba a los más perfectos, pero por sobre todo, quiere ser obediente, y así, que el año del noviciado llegó a su fin, y eso no fue más que una preparación con pruebas experimentadas, y ahora debía partir al convento de San Marón Annaya con el fin de prepararse para la emisión de sus primeros votos.
Nuestro novicio deja Mayfuq rumbo al sur oeste, a dos horas de caminata, donde descubre el nuevo monasterio que lo albergara por largo tiempo y se convertirá para él en el sitio privilegiado de su vida: ”Annaya!”, cuyo nombre derivado por deformación del nombre de Betania, y rodeado de otros sitios cuyos significados son los lugares santos. De camino se tiene su marcha y fija su mirada en la humilde ermita rodeada por un parrón y un pequeño bosque de robles, fundada en 1798, y formada por cinco células y una capilla coronada por una cruz de madera. Desde la terraza de este observatorio se extiende un maravilloso paisaje, de montañas, colinas, valles y quebradas, que se suceden suavemente hasta el mediterráneo, donde el azul del mar se confunde con el azul del cielo. Más arriba la orgullosa cadena montañosa parece tocar el celeste con sus cumbres coronadas de nieve.
En el convento de Annaya, mucho más aislado y austero, y que fue construido en aspecto de fortaleza en el año de su nacimiento, 1828, el hermano Charbel encontró un ambiente más acorde con su alma campesina. El segundo año de noviciado fue marcado por el aumento de las exigencias del novicio hacia sí mismo, guardaba silencio, contestaba brevemente, se contentaba en citar una expresión familiar de la orden “perdóname por Cristo”, se dedicaba a consagrarse a Dios, se esforzaba para poner en práctica los consejos. Al término de este año, Charbel está perfectamente informado sobre los sentidos de las obligaciones vitales que va a contraer: Obediencia, pobreza y castidad. Se da cuenta de la importancia del acto sublime que se prepara a cumplir: entregarse a Dios con su poder de dar. Su espiritualidad será su continua superación. El don supremo es el de no sacrificar solamente lo que tenemos, sino también lo que somos. El padre Charbel renuncia a todo derecho y a todo deseo de posesión: Dios es la herencia eterna.
La orden libanesa maronita, que prodiga la profesión con mucha solemnidad, admite por unanimidad al hermano Charbel, quien vestido de túnica blanca y a pies desnudos, se acerca al altar, de rodillas, y pronuncia sus votos religiosos. El superior remite el hábito monástico al nuevo monje quien se integra a la comunidad. El regocijo invadió ese día de entrega total de sí mismo, el alma de este ferviente religioso.
Es en la espiritualidad de la profesión que debemos ubicarnos para comprender la siguiente escena: Ese día primero de octubre de 1853, Brigitta fue a visitar su hijo. Este, desde el interior de la iglesia, a través de la ventana que se eleva a tres metros, sin verla y sin ser visto, le dirigió algunas palabras de bienvenida. Pero su madre, con el corazón despedazado, dejó escapar esta queja: “Así, pues, hijo mío, me privas de verte”, a lo que él respondió: “Madre, si Dios lo quiere nos encontraremos en el cielo y para siempre”. Charbel podría esperar que el Señor bendiciendo su sacrificio, acordara a ella y a él, la permanencia feliz de celestiales y eternos encuentros. Esta conducta puede parecernos extraña o hasta inhumana. Pero no es un capricho, sino una conformidad con lo que dice la regla rígida del claustro que es la expresión de la voluntad Divina, y más cuando se trata de un ermitaño sometido a ella “El monje, se abstendrá de conversar y de frecuentar mujeres, aunque fuesen parientes cercanos, y está prohibido a toda mujer entrar al claustro del monasterio”.
Unos días después, y por orden del padre superior, Charbel dejó Annaya de camino al monasterio de San Cipriano en Kfifan, transformado en escolástico reservado exclusivamente a la formación religiosa de los futuros miembros de la orden. La consagración a los estudios para el sacerdocio no buscaba hacer sabios sino santos. Es por eso que exigía a los monjes la virtud antes de la ciencia, convencidos de que todo saber es un don del espíritu santo, y que vivir según el espíritu santo es poseer la sabiduría eterna. Acá, el campesino de Beqaakafra avocaba con ardor hacia la teología dogmática moral y los tesoros de los escritos de los padres de la iglesia y los antiguos monjes. Muchas obras puestas a disposición eran aun manuscritos y poco numerosos para satisfacer la curiosidad de los escolásticos. Un sabio y piadoso monje de virtudes dirigía en aquel entonces la escuela de Kfifan, el padre Neemtalah El Hardini, quien poseía un remarcable conocimiento del idioma arameo, lo que le permitía inventariar bajo la mirada de sus alumnos las inapreciables riquezas ocultas en los escritos de los padres de la iglesia. Era un extremo fiel a la regla monástica, toda su espiritualidad se resumía en un amor a Jesús en el santo sacramento y en una filial devoción a la Virgen María. La santa Virgen recompensó su piedad llamándolo al cielo en la semana consagrada a su inmaculada concepción el 14 de diciembre de 1858. El hermano Charbel tuvo el privilegio de asistir a la muerte de su santo maestro. El Santo de Kfifan podía dormir en paz. La antorcha pasó a buenas manos. El discípulo era digno del maestro. Se acordara siempre de las palabras de su amado padre espiritual: “El sabio es quien salva su alma”.
Un día Charbel confió a su maestro, cuan honrado se sentía, él, pobre campesino sin instrucción, de llegar a ser cura, a lo que Neemtalah dijo: “Ser cura hijo mío, es ser otro Cristo, para serlo no hay más que un solo camino, ¡el del calvario! Empéñese sin desmayo, y Él te ayudara”. El estudiante no olvidara jamás estas palabras que le trazaban con antelación un camino seguro.
El 23 de julio de 1858, por orden del patriarca Pablo Masaad, se confirmó el sacerdocio del hermano Charbel y algunos otros colegas, en la sede patriarcal de Bkerke. Vivir su misa será en adelante su centro, alrededor del cual se cristalizará la existencia del ermitaño en Annaya. La tradición quería que la primera misa del sacerdote fuera en su comunidad, o bajo autorización especial, para su pueblo natal. Pero de regreso a Annaya, una sorpresa lo esperaba: Toda la gente de Beqaakafra había venido en compañía de su madre de avanzada edad, quien no quería morir sin antes abrazar a su hijo sacerdote y recibir su bendición. Se distinguían dentro del grupo a Miriam, quien acababa de casarse finalmente, al tío Tanios y a dos hermanos de Charbel. Todos besaban respetuosamente la mano del nuevo sacerdote.
En nombre de sus coterráneos Beqaakafries, un amigo de la juventud le comunicó una especial invitación para celebrar la misa en su aldea natal. Desafortunadamente ¡el padre Charbel hace una señal de negación! Fuera cual fuera la pena que su resolución iba a causar no volvería. Su actitud en estas circunstancias pareciera inexplicable. Pero, quizás tomemos solo en cuenta los sentimientos y olvidemos las palabras que nos enseñan:” El monje que deja su monasterio es como el pez que sale del agua”. No obstante el verdadero motivo de nuestra extrañeza se deba a que pretendemos medir la santidad según nuestra visión estrecha y nuestro egoísmo. El santo vive en un mundo que es suyo, ve de otro modo que nosotros, sus acciones son movidas por otras razoness, ignora nuestros cálculos, y se establece sobre un plano de existencia a donde llegamos rara vez y con mucho esfuerzo.
El Santo Charbel adquiere y realiza un estilo de vida que nos parece ir más allá de lo natural. Lo que nos atrae en él, es este desapego total del mundo: Antes de su postulado, Charbel ya ha esquivado a los suyos. Al comienzo de su noviciado rehusó nuevamente y con firmeza la invitación de su familia y amigos a volver a la casa ancestral, y hoy rehúsa la alegría de ir a celebrar la misa en esa iglesia donde por mucho tiempo fue un niño del coro.
Así aparece en este momento la espiritualidad del padre Charbel, su apego obstinado a la soledad, y a la regla de su desapego del mundo y de los suyos.
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(*) – Texto adaptado por Nabil Semaan, para describir “La partida de Yousef de Beqaakafra en búsqueda de Dios”. Citando de referencia el libro: ”Charbel: Un hombre embriagado de Dios”, cuyo autor es el padre Pablo Daher, páginas del 55 al 82, publicado por el monasterio de San Charbel en Annaya Líbano, 2009.