SAN CHARBEL (CAPÍTULO 5/7)

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La vida ermitaña – la bienaventurada soledad*

 

Con la puesta del sol, Charbel se internaba solo en el sendero que llevaba a la ermita. Su rostro irradiaba una santa alegría. Sobre el umbral de este lugar solitario parecía oír la voz semejante a aquella que lo había perturbado antaño cuando dejó su pueblo: ¿Dónde vas Charbel tan solo? ¿Y Por qué? ¿Sera por egoísmo? ¿Por escapar del servicio hacia tus compañeros? ¡Así faltaras a tu deber! Quieres ser libre y feliz, ¡solo! Pero en realidad tú ignoras lo que te esperas allá arriba: La abstinencia, el ayuno, las veladas, el dormir sobre una dureza… Tal es, el terrible programa cotidiano de un ermitaño. ¡El sol te quemara!, y en invierno, ¡el frio es glacial, y estarás solo con tu cruz!… ¡Renuncia! Retorna al convento, aquí te desalentarás!…

Pero el ermitaño, sordo ante la tentación, atraviesa con amor la puerta bendita de su soledad. Penetra en la capilla y de rodillas se sumió en el divino solitario corazón a corazón “Señor, heme aquí contigo en el calvario. No soy más que un pobre monje, expuesto a la tentación, como todos los hombres. Quiero perpetuarme contigo en Tu misterio redentor, con el cual Tú salvas siempre al mundo”.

Recogemos algunos detalles que precisan más exactamente la fisionomía del ermitaño Charbel. El padre Simón de Ehmej, accidental y brevemente nos describe sus rasgos: “Era muy alto, espigado y delgado, su cara demacrada a fuerza de su austeridad, la cabeza iba siempre cubierta con un capuchón que caía hasta cubrir sus ojos, su mirada baja, de aire tranquilo, y lleno de un gran pensamiento silencioso. Era, por consiguiente, una persona dulce como una paloma. Los que lo veían rezar seguían emocionados su ejemplo”. Exigir más detalles sobre el físico del padre Charbel seria pedir lo imposible. Jamás fue fotografiado. Solo cincuenta y dos años después de su muerte, cuando su cara había sido decolorada por el agua del sepulcro y deteriorada por las exhumaciones. Pero lo que más nos importa en realidad es el pensamiento que habitaba en su alma. Ese pensamiento que se cristalizaba  en cada gesto del piadoso ermitaño de Annaya. Auto anularse, ser solo para Dios, estar poseído por el misterio  de Su presencia y de Su amor, tal es el motivo constante de su existencia y de su pensamiento. Y cuando un alma entra en la posesión de Dios no puede más que irradiar virtudes de las cuales Él es el primer autor. El padre Abraham escribió diciendo “Era un placer para mí, observar la maravillosa regularidad de este religioso y admirar el grado de perfección al cual había llegado. Cada vez que lo veía practicar una virtud, me decía: Es una gran virtud, pero cuando realizaba otra lo hacía aún más perfectamente”.

El objetivo de la regla eremítica es llevar al ermitaño a un total despojo, con el fin de buscar solamente a Dios. Solo a través del renunciamiento, la pobreza y la obediencia, se alcanza lo que no puede ni la fuerza, ni la riqueza, ni la elocuencia. El hombre no puede afirmar la existencia de Dios más que negándose a sí mismo. Toda su vida, el ermitaño Charbel fue movido por esta idea. Arrancará de su corazón toda afección  sensible por las personas y por las cosas, y se dirigirá a su Divino Creador en la simplicidad de un único amor. El padre Foucault escribe: “Es necesario pasar por el desierto y quedarse en el para recibir la gracia de Dios. Es ahí donde nos vaciamos, donde sacamos de nosotros todo lo que no es Dios y donde desocupamos completamente la casa de nuestras almas, para dejar todo el espacio solo a Dios.

La visita de uno de sus hermanos que vino a verlo desde Beqaakafra, fue muy breve! Nadie debía distraerlo, más sin embargo está feliz de saber que los suyos son fieles a sus deberes religiosos, pero su curiosidad no irá más lejos. Más tarde una sobrina llamada Warda intentó forzar el claustro a raíz de un conflicto ocurrido en la familia, a propósito de la herencia que correspondía al padre Charbel. A su sobrina le respondió desde el interior de la ermita sin verla: “No tengo ningún comercio con el mundo. Si mi hermana ha muerto este año, yo he muerto desde el día que dejé Beqaakafra. ¿De qué herencia puede hablar un muerto entonces? ¡Semejante ruptura con todo su pasado, su familia, su madre, su hermano, su sobrina, no se hace sin dejar heridas en el corazón!. Ante la aparente insensibilidad del padre Charbel, algunos la han fichado incluso de brutalidad, han querido hacer de él un héroe sin corazón. Allí parece desconocer la verdad y sería más exacto afirmar que hay que tener un corazón muy magnánimo para sufrir este rompimiento sin una sola queja. Dios es solo una palabra frecuente en los labios, ¡Pero cuan rara es practicarla!

¡Pero la regla es imperativa! El ermitaño guardara silencio. En caso de necesidad hablara en voz baja y brevemente. Esta es la regla, y en este objetivo que pensaba Charbel, hablar con Dios, ¿no es esa la razón del ermitage? Charbel jamás podrá dejar su ermita, a menos que reciba la orden escrita de su superior; camina todo un día con el rosario en la mano, su mirada bajo el capuchón, distinguiendo a penas el camino. Por montes y quebradas, atraviesa pueblos donde algunos lo reconocen extrañados. Una mujer con un niño en brazos corre detrás de él: “Padre bendiga a mi hijo”. Un campesino le presenta un jarro de agua: “Padre bendíga el agua”. El rumor corre por el pueblo. Vengan a ver. El ermitaño de Annaya. Pero Charbel no se detiene  a charlar, su vocación es ser ermitaño. Tal como Moisés en la montaña, debió mantener sus brazos extendidos hacia el cielo orando por su pueblo que lucha y sufre. Para Charbel lo esencial, es perderse una vez más en Dios, que solo es belleza y verdad, perderse como el rio que desaparece en el mar sin recordar que hace funcionar turbinas y que su onda riega los campos de los alrededores.

Charbel, practicó a la vez la pobreza y su amor a la obediencia. Con menos del estrictamente necesario; Prosigue un ayuno continuo, no toma más que una magra comida al día. Pues su célula tiene seis metros cuadrados, con un colchón de paja, una cama de hojas de roble, una almohada que no era más de un pedazo de madera, un jarro de agua, una minúscula lámpara de aceite, una escudilla de madera sobre un taburete, y una piedra que sirve de asiento ¡este es todo su mobiliario! no hay sala de espera ni sala de visitas, solo un confesionario que remplaza todo. Su vestimenta compuesta por una tosca sotana y de una delegada ropa que era muy poca para protegerlo del frio glacial en el invierno. Para dormir se tiende sobre la dureza, la regla lo autoriza cinco horas de sueño como máximo, y él lo reduce a tres. Su reclinatorio en su pobre oratorio esta hecho de caña, allí, en el silencio de largas noches, vela junto a los ángeles, estos “despiertos del cielo”, según la palabra de la liturgia maronita. Ni hablar de su reposo, esta palabra no estaba dentro de su vocabulario. Cuando trabajaba en el campo el calor y la fatiga cubrían su cara de sudor y de polvo, y cuando no, rezaba, y no interrumpía el rezo que para reanudar el trabajo manual. Su extrema austeridad no dejaba tregua alguna a su cuerpo.

El nuevo testamento no era para él letra muerta. Le gustaba sobre manera esta palabra de San Pablo: “En mi carne terminan los sufrimientos que le faltaron a Cristo”. Charbel más que cualquier otro, sabía que era un miembro del cuerpo místico de Cristo, y que Dios lo había llamado a este lugar privilegiado para participar en esta pasión en carne propia: Mal alimentado, mal dormido, insuficientemente vestido, el padre Charbel se imponía además llevar el cilicio. ¿Habría milagrosamente llegado a no sentir el dolor físico? Muy por lo contrario reaccionaba normalmente a la sed, al hambre, al frio, al sueño y al cansancio. Siempre repetía esta expresión que era muy suya: “Castigo a mi cuerpo y lo reduzco a servidumbre”.

Esta experiencia ascética del despojo total, no será una meta, está destinada, en el ermitaño Charbel, así como en San Antonio, Macario, Pacomo, Marón, Charles de Foucauld  y Teresa de Lesieux, a hacer morir el hombre viejo, para que renazca “El hombre nuevo”. Eso sería con la gracia de Dios, prácticamente en silencio y soledad. El ermitaño Charbel vivirá esta tranquilidad que es su paz interior. ¡El espíritu le habla!  Su alma no se resiste a su inspiración, sino que experimenta un sentimiento de docilidad, de adoración y de abandono filial. Es una asombrosa  simplicidad y sinceridad de corazón en esta larga soledad Charbeliana. En realidad, el ascesis de Charbel movido por la vida interior, y conforme a toda la tradición mística de la orden, no es más que una preparación para la unión con Dios en la contemplación. La espiritualidad bizantina considera que la contemplación en el ascetismo monástico  maronita, no tiene otra concepción.

La misión del padre Charbel fue la de enseñarnos, no con los escritos ni con las palabras, sino, a través del ejemplo. Su doctrina espiritual no consistía en predicar, sino en mostrar. El lenguaje de los actos y de los ejemplos es el más elocuente. El reverendo padre Jean Andary ex superior general  de la orden maronita relataba: “Yo era todavía estudiante, cuando tuve la dicha de visitar al padre Charbel en la ermita. Al verme, con un gesto amable, me hizo una seña para que me sentara a esperarlo. Al cabo de un momento, reapareció con un libro abierto en sus manos. Me lo mostró, y me pidió que leyera en voz alta. Era la vida de San Antonio el grande. Al terminar la lectura de un capítulo del libro, el padre Charbel lo tomó de mis manos, entonces yo comprendí que tenía que retirarme. Esta era su manera de recibir a los monjes”. Entre él y su visita, nada mejor que interponer un gran santo que podría servir de ejemplo a uno y a otro. No formula preguntas. Lo que pasaba en la orden, en el país, y en el mundo, no le interesaba. Se había transformado en un alma cuya conversación estaba en el cielo. ¡Cuán elocuente es este silencio perpetúo sobre las preocupaciones mundanas que nos estorban!

¡Humilde como un niño! Charbel lo era hasta en el más íntimo de su alma. Se creía sinceramente  y en el fondo de su corazón, el ultimo de todos los hombres. Ello explica su obediencia aun hacia los domésticos del monasterio. Esta es también la razón por la cual le gustaba tomar los restos de la comida de sus compañeros, porque no le repugnaba pedir perdón por el amor de Cristo, por faltas que jamás había cometido.

Su primera ocupación fue la contemplación, la perseverancia en la oración, el abandono filial a la presencia divina. Nada rompe la continuidad de esa adhesión a Dios. “Lo creíamos ya viviendo en la eternidad” ¿Conocer su vida? Él vivió más allá de la vida. El tiempo y lo que sucedía en él ya no contaban más. Fue en el mes de enero, estación en que la ermita de Annaya parece resplandecer en una gloria de relámpagos y truenos, el mismo padre superior de Annaya, el padre Nehme, escribe un día: “El padre Charbel estaba de rodillas en la capilla, sumergido en su meditación delante del santísimo sacramento, cuando cayó un rayo sobre la capilla, abriendo una brecha en la terraza, y destruyendo una parte del altar, y atravesando el piadoso edificio prendió fuego en la sotana del padre Charbel; El sin embargo, ¡No interrumpió su meditación! Al contrario, sus dos compañeros, el padre Makarios y el hermano Neemtalah, se desmayaron a causa del olor a azufre expandido por el rayo”. Charbel había alcanzado sin duda, este estado de disponibilidad total del alma, el silencio del corazón y de los pensamientos, una forma de inconciencia de sí mismo, que espiritualiza al hombre en alguna forma ante el mensaje inmaterial. “CHARBEL: UN HOMBRE EMBRIAGADO DE DIOS”.

La Santidad se siente como el aroma de una flor. Puede ocultarse en el fondo mismo de un lejano desierto, pero su perfume atrae a los hombres; Un ermitaño, el más humilde de, los mortales afamado por la oscuridad y el olvido se transforma, sin saberlo, en el más grande predicador del amor y del sacrificio. La falta de organización entre la vida eremítica y la caridad evangélica no se verifica allí más que de manera abstracta. El padre Charbel no mataba jamás a un animal o un insecto aunque fueran venenosos, porque era de un corazón sensible y había llegado a un estado de inocencia en el paraíso terrestre “¡Dejémoslos al cuidado de Dios, quien los ha creado!”.

Lo propio de la santidad, es hacernos vivir en la atmosfera de un perpetuo milagro. En efecto el santo obliga el mundo donde vive a tomarse permeable a la presencia de Dios. Este es el milagro que Charbel nos ha dejado realizar. ¿No es cierto entonces que el ermitaño se ha evadido del mundo? Habría que decir, más bien, que él es el único que tiene acceso a la profundidad del mundo, en lugar de vivir en las apariencias. Charbel, a través de esta conversación interior, ha vuelto atento a la presencia de Dios en él. De allí esta mirada clarividente que él mismo lanza sobre todo lo que lo rodea: En 1885, una nube de saltamontes que tapaba el cielo se abatió sobre Annaya y las aldeas vecinas. Devastarían seguramente todas las cosechas. Viendo el terrible peligro, el superior ordenó al ermitaño  Charbel a bendecir el agua e ir a rociar los campos. La orden fue cumplida, y todos los campos que alcanzó a rociar fueron protegidos. Lo mismo sucedió con los habitantes de la vecina aldea de Ehmej. Este evento tuvo numerosos testigos. Hablando de Ehmej mencionamos a otro evento: En esta aldea vivía un loco, Gebrael Saba, que súbitamente se tornó peligroso, tanto para su vida, así como para la de los demás. El padre Tannous Mousa y varios hombres de la aldea decidieron conducirlo a la ermita. Tarea que no fue fácil. Al llegar a la puerta de la capilla, el loco se rehusó a entrar. El padre Charbel acudió y ordenó el loco seguirlo a la capilla, el loco obedeció sin decir una palabra. Ponte de rodillas como es debido, le dijo el ermitaño. El loco se arrodilló, los brazos cruzados, inmóvil como un ángel, entonces el ermitaño leyó el evangelio por sobre su hombro, luego hizo una seña para llevarlo a su casa ¡Se había sanado!, y luego emigro a los Estados Unidos, junto a la familia que formó después.

Charbel, comprometido enteramente con la presencia inmutable de Dios, va decidido hacia el absoluto de sí mismo. Gracias a esta perseverancia en la regla eremítica, da vuelta un alma fuerte. Su docilidad a la gracia crea de él una asombrosa resistencia que llega hasta el heroísmo. Fidelidad, que no conoció tregua durante sus cuarenta y siete años de vida religiosa, ha demostrado que el ermitaño debe realizar progresos durante su vida ascética y que no se deja llevar por la pereza y la invasión de los pensamientos vanidosos. Llevó la lucha hasta el límite de consumirse en el amor de Dios, como la vela que ilumina y muere. Sobre su cara, según atestigua el hermano Elie Ghosn, se leían los reflejos de la piedad y del amor de Dios todo el tiempo, y más aún cuando rezaba, una luz celeste iluminaba su rostro. El señor se había vuelto para él, su fuerza, su verdad, su riqueza, y su vida inalterable. Al padre Charbel le gustaba repetir: “Oh, agradable y dulce servicio de Dios, que haces del hombre un reflejo de los ángeles, agradable a Dios, terrible para los demonios, y venerable por todos los cristianos”.

Recordando las masacres entre cristianos y drusos, ocurridas bajo el dominio turco, en los distritos de Chouf, Metn y Zahle, el padre Charbel  ofrece una oblación en su ermita por los muertos y los vivos de su pueblo, la misa salvadora. Sobre la cruz, Jesús pidió a su padre el perdón para los pecadores, Charbel solicitaba el perdón para los verdugos. Un sacerdote sacado del ambiente de los hombres no quedó nunca indiferente ante sus aflicciones. Él sabe que cuanto más se está en relación con Dios, más se debe ser otro Cristo de seguridad y protección para todos.

Entonces, el principal objetivo de la regla eremítica, es buscar a Cristo para unirse a él, ¿Pero dónde podemos encontrarlo con toda seguridad? ¡En los misterios! La Eucaristía es la fuente, el centro, y el fin de los misterios del altar de Cristo. Es allí donde Charbel realizara este encuentro con el salvador. Para Él vivir con su regla monástica era vivir su misa, vivir su hostia. Su profesión “reactualizada” todos los días, hace de él un holocausto. Se entrega de una vez y para siempre: Su voluntad con la obediencia, su corazón con la castidad, su espíritu con la pobreza. Un ser entregado, he aquí todo lo que es el padre Charbel.

 

 

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(*) – Texto adaptado por Nabil Semaan, para describir “La vida ermitaña – la bienaventurada soledad”. Citando de referencia el libro: ”Charbel: Un hombre embriagado de Dios”, cuyo autor es el padre Pablo Daher, páginas del 105 al 135, publicado por el monasterio de San Charbel en Annaya Líbano, 2009.