YO SOY LÍBANO (PARTE 19)

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LOS ÁRABES

ANTONIO TRABULSE KAIM (+)

 

Por milenios me he visto sumergido en conquistas, entre diversas culturas y buscando resumir el mestizaje que defina mi identidad. En el Siglo VII apareció un componente que se enraizaría con firmeza: los árabes, que me dejaron un idioma melodioso y rico. Para los musulmanes la prioridad era llevar la palabra de Dios, dada a Mahoma (570-632), un vendedor de la Meca que recibió la revelación Divina a la edad de 40 años, para difundir el mensaje concentrado en el Corán; se le llamó islam, religión que profesa el 60% de los libaneses residentes y casi una quinta parte del registro mundial.

El florecimiento islámico que se da del Siglo VII al Siglo XVIII, tiene tres etapas:

  1. La de organización alrededor del califato omeya (661-750), cuyo mandato expandió el mapa islámico desde Damasco, Siria, hasta la Península Ibérica.
  2. Luego el período central, que incluye la etapa de los califatos abasidas (750-1258), con cede en la legendaria Bagdad, capital de del actual Irak.
  3. La invasión de los mongoles y el lapso que hay entre este avasallamiento y el Siglo XVIII.

En el año 650 ya existía un imperio islámico que abarcaba Arabia, Irak, Irán, Siria, Líbano, Palestina, Jordania y Egipto. En los inicios del Siglo VIII, el islam subyugaba a toda la zona que delimitaba las áreas aledañas de China e India, al este, hasta el norte de África y parte de la Península Ibérica al oeste.

La rápida expansión de esta fe se debió, en parte, al poder militar árabe. Mahoma amalgamó a las tribus de la Península y, con la promesa de salvación eterna para quien muriera luchando por su religión. Los ataques de los inicios se volvieron guerras, donde imperios y estados caían ante el vigor de una fe con rastros políticos, económicos y sociales. Quisieron llegar a la cima del conocimiento y tomaron de la cultura de otras naciones; en ello mis hijos libaneses tuvieron un papel destacado, colocando bases sólidas en el intelecto del ejército árabe, a cuyos jefes enseñaron la navegación, con la que sirvieron en su naciente flota como capitanes y pilotos. El califa Mouawiya, en una actitud heroica ya que,  siendo un hombre del desierto, se embarcó y alentó a sus súbditos, gente sin motivación alguna para desafiar las temibles extensiones marinas.

Muchas costumbres, como la de lidiar toros se volvieron tradición en España gracias a los árabes. En un interesante fragmento de historia del toreo, del periodista y escritor taurino español Jorge Laverón, concretamente en el capítulo primero, señala lo siguiente:

Musulmanes y cristianos

Después con los godos, visigodos, vándalos, alanos…y durante su dominación, se perdió en la Península si no la memoria, si la costumbre de estas diversiones, tan ajenas al carácter de los nuevos conquistadores. Sin embargo, la memoria, el culto casi religioso, permaneció atenta en los españoles. Así, en la primera ocasión la fiesta renace. Los árabes ocupan gran parte del territorio español a la muerte de don Rodrigo, último rey godo. Los moros vuelven a introducir la afección al circo. Ahora bien, cambiando la forma de la diversión, en lugar de luchas de gladiadores y fieras, pusieron en práctica la lidia de toros, en los que ejercitaban su pujanza los primeros hombres de la nobleza musulmana.

Por mucho tiempo fue sostenida esta diversión entre los árabes sin alteración alguna, y así se prueba por las fiestas que, en el Siglo XV tenían lugar en el reinado de Buabdil, último rey de Granada. Juegos de cañas y fiestas de toros se celebraban en la plaza de Bibramla. En ellas mostraban su bizarría los más esforzados caballeros árabes. La nobleza española se dedicó con entusiasmo-nunca del todo perdido a esta dimensión, para demostrar a sus rivales moros que nadie les ganaba en valor y destreza. El primer caballero español que se lanzó a la lid-sin que haya una sola prueba que los justifique-fue Rodrigo Díaz de Vivar-el Cid Campeador.

 

LÍBANO BAJO EL CALIFATO MUSULMÁN

ANTONIO TRABULSE KAIM (+)

 

En el año 630, los árabes ya habían sometido mi territorio y lo incorporaron al califato, mis dos sierras, Líbano y Anti Líbano, aunque con zonas a las que ellos nunca llegaron, fueron anexadas al distrito militar de Damasco. Permitieron como en todo su Imperio que los nativos que profesaban el cristianismo u otra religión, no renunciaran a su fe siempre y cuando pagaran un impuesto especial y tuvieran ciertas normas que, si somos justos, eran discriminatorias. En los años 759 y 760, los cristianos se revelaron sin éxito y dieron pie a historias de tragedia, heroísmo y dolor. Surgieron choques entre comunidades feudales, como la de los qaisíes del norte y los yamanis del sur, que vivieron en mi tierra luego de la conquista.

La decadencia de los califatos omeya y abasida, más el surgimiento de las dinastías locales, trajo un capítulo inesperado en los acontecimientos y yo, Líbano, fui sumido en la anarquía. Al iniciar el Siglo XI llegó a la zona meridional de la sierra libanesa un grupo pionero de la comunidad druza, que a veces vivió en unidad y a veces mostrando enemistades con los más preponderantes líderes maronitas.

En el 1099 los cruzados nombraron gobernadores católicos especialmente en Monte Líbano, a los cuales pudieron sostener hasta el Siglo XIII; mi pueblo se disgrego entre los reinos cruzados de Trípoli y el reino latino de Jerusalén. Los cristianos no fueron dóciles frente a los actos proselitistas del islam, ni querían la arabización de sus áreas. Inclusive los cruzados los apoyaron en la conservación de su fe religiosa y de su cultura, conectándolos con sus adeptos de Bizancio. Los egipcios guiaron la restauración musulmana en mi tierra, iniciando con la conquista de mi capital, Beirut, en 1187. Arrojados los cruzados fui regido por los mamelucos, del año 1280 hasta la llegada otomana.

Los árabes amalgamaron el arte con la guerra, quizá por necesidad, ya que era muy firme su convicción de levantar un poderoso imperio de los creyentes musulmanes. Pero amaban la cultura y no se equivocaron, poque el Cercano Oriente, el norte de África y el sur de España, al ser conquistados, fueron receptores de su cultura y de su ciencia, testigos del nacimiento del álgebra y de la colaboración entre cristianos, musulmanes y judíos que se palpó en Toledo; quedan vestigios de ello, que se muestra a millones de turistas en Andalucía, como el palacio de la Alhambra, que es la más espléndida joya del imperio musulmán en Occidente.

Por el Oriente llegaron hasta los confines del Asia Central y el Lejano Oriente catequizando en el islam a millones de seres humanos.

Similitudes entre árabes y fenicios fueron, entre otras, que ambos eran semitas y que provinieron de la Península, además de ser los únicos pueblos del Cercano Oriente que expandieron sus culturas a la zona occidental del Mar Mediterráneo.

La dinastía omeya con cede en Damasco tuvo influencia en mi territorio, principalmente en los centros costeros y en el valle de Bekaa, extendiendo su civilización hasta la Península Ibérica. Hoy tenemos una reliquia formidable de la presencia omeya en mi territorio: la ciudad de Aanjar, o los regios vestigios que quedan de ella y que son una parte espléndida de mis atractivos. La cultura musulmana tuvo una grandeza de sobra conocida. Las naciones de Europa, con excepción de Grecia y Roma, vivían en el atraso. Los árabes legaron el refinamiento de las noches de los califatos… ¡Un aporte valioso del que dan testimonio países tan hermosos como España!.