YO SOY LÍBANO (PARTE 29)

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LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
ANTONIO TRABULSE KAIM (+)
(CONTINUACIÓN)

El 1 de septiembre de 1920, a cuatro meses de concluir el acuerdo de San Remo, Henri Gouraud, Alto Comisionado francés en Beirut, me proclamó como el Estado del Gran Líbano, y Beirut fue mi capital. Algunos presentaron un proyecto de bandera que ofendió a la mayoría libanesa pues subrayaba su sumisión al colonialismo, ya que era exactamente el lábaro galo con un cedro al centro; era una afrenta a los nacionalistas y una muestra de servilismo francófilo.

Además del Estado del Gran Líbano, nacieron cuatro estados sirios. Dos regionales, el Estado de Alepo y el de Damasco y otros dos étnico-religiosos, el estado alauita y el estado de Yabal ed Druze, que significa la montaña de los druzos y que hoy se llama Yabal al Arab. A las demandas nacionalistas se solidarizaron Alepo y Damasco para crear una república. Yabal el Druze y el estado alauita se unieron para integrarse en un solo país, la República Árabe Siria. Entre tanto, el 23 de mayo de 1926 el estado del Gran Líbano recibió la nueva constitución que los transformó en la autónoma República Libanesa (Al Yumburilla al Lubnaniya).

Así nacieron dos repúblicas, Líbano y Siria, con Mandato francés y compartiendo economías, moneda y costumbres, aunque cada una con su bandera, himno y administración, bajo un Alto Comisionado con residencia en Beirut, pero, me pregunto: ¿una burocracia, una bandera y un himno son suficientes para que una nación sea real, en un territorio dado con todo y población? Obviamente que esto provocó un conflicto de identidad, además, se omitió la delimitación oficial de fronteras y el intercambio de embajadas entre Damasco y Beirut.

Los cristianos libaneses deseaban tener su identidad nacional y dejar claro que el libanés es libanés y el sirio es sirio igual que sucede con los iraquíes, palestinos y jordanos. Muy aparte de la hermandad árabe, política, cultural e idiomática, la posesión de una identidad nacional era una decisión incontrovertible. Si otros querían identificarse como árabes eran libres de hacerlo; pero mi pueblo exigía su identidad nacional, sin menoscabo de una total fidelidad al mundo árabe, lealtad probada aún con altos costos. Su antigua herencia cananea fenicia antecedió a la árabe que comparte con sus vecinos. Tenía también el legado de la vía mediterránea, dosificado por las etapas con Egipto, Grecia y Roma y, en ese momento, deseaba hacerlo con Europa Occidental, sin alejarse de su pertenencia árabe. Es comprensible que lucharan por la total libertad y una identidad definida, sobre todo porque en la era otomana carecieron de ambas.

Pero no todos pensaban igual, algo normal en un pueblo pasional que expresaba puntos de vista no solo distintos sino diametralmente opuestos. Después de todo, Yo, Líbano, era una entidad política nueva, un país naciente como tal, no como un pueblo por medio del cual mis hijos defendían su proyecto de nación igual que los otros países bajo Mandato. Pero en el mío había la diferencia de ser una comunidad ancestral bien definida, aunque otras llegaran a formar parte de mi mestizaje. Siria tenía también un pueblo que estuvo allí por siglos, así que formar una república era la respuesta justa a su nacionalismo, luego del alzamiento patriótico que duró un bienio (1925-1927) y que provocó bombardeos franceses contra Damasco. En la fascinante calle cubierta del más antiguo mercado del Cercano Oriente, conocida como Hamidiye, con 800 años de ofrecer alucinantes bazares en el cual vemos a personajes que parecen salidos de la Biblia o de las Mil y Una Noches y que desembocan a la gran mezquita omeya Djami Bani Umaya el cuarto sitio más sagrado del islam, el techado muestra miles de agujeros de balas disparadas desde los aviones de guerra galos.

Los nacionalistas no quedaron satisfechos pues aspiraban a más. Sabían lo que no querían y luchaban por lo que querían. Durante un breve lapso tuvieron un reino árabe con capital en Damasco, la urbe que siglos antes fue cede del califato omeya y del Primer Imperio Musulmán. Los franceses habían destruido el sueño al establecer varios estados en el área. A los maronitas se les dijo que podrían disfrutar de la autonomía que tuvieron desde 1860, en Monte Líbano, pero que no podían afianzar un estado el distrito de Damasco.

Los nacionalistas sirios se enfrentaban a la ayuda francesa para formar el gran Líbano con tierras que, según ellos, eran sirias. Y los cristianos libaneses afirmaban que la Siria geográfica nunca fue un territorio nacional definido, sino la residencia nebulosa de varias comunidades regionales durante la era romana. Según los panarabistas la patria árabe, cuyo antiguo corazón latió en Siria, Irak y Arabia, y que con la incursión del islam se extendió por Egipto y África del norte y parte de España, debía abarcar desde el Éufrates hasta las costas del Atlántico. Durante la Primera Guerra Mundial, los aliados embaucaron a los árabes pues Inglaterra les prometió una soberanía que no iba a llegar pues ya se había repartido esas tierras con Francia.

El 15 de mayo de 1948, Israel (Palestina) declara su independencia en forma unilateral, lo cual detonó un conflicto que hasta ahora no encuentra una vía justa de solución, que provoca sangre y odio que mantiene la tensión en el área, que obliga a que gran parte del presupuesto de esos pueblos se destine a gastos de guerra antes que a sus necesidades y pone en peligro la paz mundial. Para los sectores nacionalistas árabes la división era un acto tan inaceptable como el mando británico en Egipto, la colonización italiana en Libia por la presencia gala en la región noroeste de África. Su concepto de patria árabe indivisible abarca de Irak a Marruecos, como expresó el compositor y poeta damasquino Fakri al Barudi, en una canción popular cuya letra dice en una de sus partes: los países de los árabes son mis patrias: de Damasco a Bagdad, de Siria al Yemen, a Egipto y en todo el camino a Tetuán. (Ciudad del norte marroquí).

El Himno Libanés escrito por mi hijo, el poeta Rashid Nakhlen, canta únicamente a los libaneses, a sus montañas y valles, responde al llamado de la patria y reúne a sus hijos alrededor del cedro eterno para defenderla siempre: Kuluna lil watan, Kuluna lil álam, que significa: Somos patria para ti y para tu emblema: los nacionalistas libaneses siempre insisten en su identidad nacional.

 

En Palestina se aglutinaron tierras del distrito de Jerusalén y las partes sureñas de la provincia de Beirut. Los ingleses pretendían reconstruir el Israel bíblico, de Dan a Beersheba, que los sionistas exigían como hogar nacional. Lo Llamaron Eretz Yisrael (las tierras de Israel) y Palestina era el preludio del ideal sionista porque una nacionalidad requería de un territorio, pero se debió tomar en cuenta que Palestina era un país tan natural como lo soy yo, Líbano, o como lo son Siria, Jordania o Irak.

En Transjordania se formaría el reino de Jordania con la parte sur de la provincia de Damasco y algunas partes de arabia; no era un país natural, sino racimos de pueblos esparcidos en el lado oriental de la zona montañosa del Valle de Jordán, con algunas áreas verdes y otras desérticas. Su fundador, el emir Abdullah, no lo veía como su país sino como el enclave histórico musulmán recuperado por la revolución árabe y que podría ser la simiente para restaurar el antiguo poderío imperial. Sus tropas no se llamaron ejército jordano sino Legión árabe.

Los británicos esperaban que Faisal, hermano menor de Abdullah y considerado un héroe nacional, reinara en un Irak delimitado por los vilayatos de Mosul, Bagdad, Basora y Shahrazar, esta última en el norte kurdo. Así que se le declaró territorio real y Faisal fue rey. Separado de otros países árabes por un desierto y con la riqueza del petróleo Irak tendría gran fuerza económica y reconocimiento. Aparte de las minorías cristianas y judías en los súbditos iraquíes había sunitas y chiitas, además de los kurdos, que no se consideran iraquíes y exigen a estos y a Turquía el establecimiento del Estado de Kurdistán. Esto trajo los problemas que esa región ha sufrido. Faisal se rodeó de veteranos de la Revolución Árabe que veían en Bagdad como la heredera del califato de Harún Al Rashid. Los sunnitas se sentían más árabes que iraquíes y acapararon el poder.

Esta división étnico-religiosa creó un país dividido, que solo un dictador, Saddam Husssien pudo mantener aparentemente unido, caso similar a la Yugoeslavia de Tito. Los estadounidenses lo invadieron so pretexto de la posesión de armas de destrucción masiva, lo derrocaron, lo ahorcaron, no encontraron armas y hoy Irak se debate entre la división religiosa y la violencia. La situación era inédita en el área: nacían cinco países con un territorio antes dominado por los otomanos, siendo el libanés el único que tenía sentido de identidad nacional. Parte de la opinión árabe medió como un estado artificial. Pero yo, Líbano, defiendo mi identidad sin negar mi papel en el contexto árabe, a cuyas causas nunca he traicionado, siendo ejemplo de fidelidad y convicción para otras naciones árabes. Para los arabistas, yo, Líbano, rompía el acuerdo árabe y debía pagar el precio por un supuesto rechazo a lo árabe. En octubre de 1918, los franceses llevaron tropas a Beirut para acabar con el efímero reinado de Faisal; parte de los cristianos festejaban con banderas galas pero los musulmanes y otros cristianos lo vieron con recelo y temor. Entre 1918 y 1920 mientras que los musulmanes de Beirut se encerraban en sus casas, grupúsculos cristianos bajaban de sus pueblos para festejar que eran independientes en el gran Líbano y advertían que emigrarían en bloque si los franceses se iban. Demandaban independencia de Siria, pero no del Mandato. Los más apasionados expresaron hostilidad al régimen sirio. Antes de que me aceptaran como el estado del Gran Líbano, Francia quiso actualizar su potestad sobre el territorio sirio en la batalla de Maysalum los galos derrotaron a Faisal, en Julio de 1920, y ocuparon Damasco.

La creación del nuevo sistema árabe estatal terminó a inicios de 1930, cuando la inercia política se hizo real. Líderes con ambición política se colocaron y, como cada país tenía su burocracia administrativa, la línea de demarcación fue una natural frontera histórica, lo cual endureció la situación. Los políticos trabajaron por consolidar un sistema adecuado a sus intereses. Denunciaron la usurpación y la partición de la patria árabe. Palestina de una manera y yo, Líbano, de otra. En Palestina deseaban una dirección nacionalista Árabe y enfrentaron al sionismo. Los cristianos libaneses marcaron su postura ante la oposición musulmana que quiso hacerlos fracasar. La decisión cristiana contó con apoyo francés y la oposición con ayuda de algunos países árabes.

Los cristianos vendían la idea libanista a sus compatriotas musulmanes, pues solo tenían legitimidad con un país viable para ambos. Francia estableció el estado de Gran Líbano, lo organizó y lo protegió. Pero 18 grupos religiosos en un país de 10,452 kilómetros cuadrados, era un caso difícil de diagnosticar.

Los cristianos deseaban retener la guía política. Al recibir la Constitución y un parlamento, los franceses pidieron que un cristiano ortodoxo fuese el primer presidente de la República, con un sunita como vocero del parlamento; pero los maronitas afianzaron los cargos básicos de la administración, sobre todo la presidencia. Algo difícil en sus fases iniciales, porque el boicot no tuvo apoyo sunita, única comunidad que los podía enfrentar en el reparto del poder. Los galos procuraron el triunfo del boicot y pidieron a los maronitas compartir el poder con los musulmanes para obtener el equilibrio. Para muchos maronitas eso fue una traición francesa a su causa. Los cristianos tenían ventaja sobre los musulmanes pues socialmente eran más desenvueltos y estaban familiarizados con las formas de América y Europa. Esto los puso en condiciones de proporcionar al país la mayor parte de la infraestructura requerida y los habilitó a dar una glosa que cubriera los efectos del estado, cuando la tensión social surgiera por las diferencias económicas entre comunidades o regiones. Ayudó mucho mi belleza natural y el clima mediterráneo pues yo, Líbano, soy una nación de verdes, un país sin desierto pleno, con mis crestas nevadas parte del año, mis casas con tejados rojos, mis villas con huertos y mis viñas que contrastan con el azul de mi cielo y el impacto del mar. La situación geográfica, ideal para el turismo al ser la entrada del occidente al oriente, más la iniciativa de mi gente y su pericia mercantil, su adaptabilidad con el visitante y la cultura de un Beirut totalmente cosmopolita.

Así que para tener éxito, que era necesario un acuerdo político y el desarrollo de sociabilidad entre las diversas comunidades religiosas que conforman mi población. La pregunta básica era: ¿estaban los maronitas determinados a mantener el mando superior del estado y podrían compartir el país con los demás cristianos y sobre todo con los musulmanes, en condiciones igualitarias? Los maronitas temían que los musulmanes fueran susceptibles a una influencia islámica que los identificara con sus correligionarios de países árabes y no árabes, y que no se les pudiera tener confianza, por ello, en cuestiones tan sensibles como la independencia y la identidad. Por otra parte, el nacionalismo prevaleciente en el mundo árabe, frenaba a mis hijos libaneses en su afán de alcanzar su éxito político. Dentro del país, los musulmanes oscilaban entre la aceptación de su identidad libanesa y el nacionalismo árabe, como influencia política que amenazaba a los libaneses a vivir en continua inestabilidad. Por la duración del Mandato francés fui protegido contra la agitación y la intervención directa de algunas naciones de habla árabe en mis asuntos políticos internos, los cuales debían ser definidos solo por mis hijos. Los problemas reales vendrían luego del mandato, cuando yo, Líbano, fuera independiente.

Dos tendencias, y más tarde tres pondrían cara cara a mi población. Una de ellas era el arabismo, ideología interna y externa, de unir a los países de habla árabe en una pretendida e irrealizable, digámoslo con franqueza, República Árabe Unida o nación árabe (Umm Al Arabiya). Un proyecto tan tópico como lo es el sueño bolivariano, siendo ambos positivos o no.

Otra es la conocida como libanismo, donde yo, Líbano, debo vivir libre de toda ideología ajena. Y la tercera, que llegó años más tarde, fue el nacionalismo sirio pregonando por un libanés cristiano, Antoun Saade, quien formó el laico Partido Social Nacionalista, que amplió su nombre al apoyar la idea de la Gran Siria, en la cual, yo, Líbano, sería una provincia. Se denominó Hezb Al Umm As. Suri, partido de la nación siria o Partido Nacionalista Sirio, lo que motivó la recesión de muchos de sus adeptos. Estas fuerzas chocaban e impedían la unidad de mis hijos y mi desarrollo como estado. Cada una decía representar un concepto de nación. Algunos creían en la validez histórica y política del libanismo, otros en el esplendor árabe y los terceros en la reunificación de la Gran Siria. Los defensores del libanismo era en su mayoría maronitas, mientras que los más recalcitrantes arabistas eran musulmanes sunitas.

La duda era cómo librar el peligro sin caer en un largo conflicto. El tiempo lo demostró con lides marcadas por alianzas y cambios que ni la mente más aguda hubiera podido concebir. Miles de libaneses, frustrados por estar otra vez bajo la dominación de una potencia, aunque menos asfixiante, recordaron a aquellos navegantes fenicios que arriesgaron su destino sobre la cubierta de una nave y, en recuerdo de ellos, optaron por emigrar. Así, entre los peligros evidentes de una lucha fraterna y por depender en todo de las decisiones del mandato, subieron a viejas naves que llevaban pasajeros y carga de un continente a otro; si tenían ahorros viajaban en segunda o tercera clase y hasta en el departamento de carga dicen algunos, alzando el vuelo en busca de libertad y trabajo para dar a sus familias un futuro justo. Sus bolsillos estaban vacíos, pero nos colmaban con fe, habilidad comercial y audacia. Recibían la bendición de sus padres y navegaban con la cara puesta al sol. Yo, Líbano, sufría la separación en mis vástagos emigrados que, con el tiempo, demostrarían ser una de mis más sólidas defensas…sin armas, pero con la pasión por sus raíces y un espíritu pacifista. Y aquí honro a toda la emigración libanesa, decidida y siempre presente en os conflictos que vivo. En especial la comunidad mexicano libanesa que, como dijo ese paladín del libanismo que es el licenciado Anwar Kuri Adam durante la visita patriarcal a México en 2012: si la emigración se duerme, la comunidad mexicana de ascendencia libanesa siempre la despertará.

¿Cómo lograr ser dueños de nuestro destino? Se preguntaban los libaneses, muchos de los cuales eligieron el exilio voluntario. Para quienes quedaron en el terruño el único camino para vivir era la tolerancia, el respeto profesional y el rechazo a lo sectario, el repudio al odio por lo diferente en su tránsito hacia la independencia, que llegaría luego de dos décadas de finalizado el Imperio otomano y con una Segunda Guerra Mundial de por medio.