TOMADO DEL LIBRO DEL MISMO NOMBRE
ANTONIO TRABULSE KAIM (+)
Mi moneda: Libra Libanesa (LL):
Antes de la guerra 1975-1990 cotizaba a 3.50 LL por un dólar que dada mi sólida economía se sostuvo los primeros siete años del conflicto con depreciaciones mínimas. En 1982 inició su caída dramática hasta llegar a 3,000 LL por cada dólar. Su recuperación empezó en 1992 hasta colocarse en 1,550 LL por un dólar (2012). Es la de mayor uso en comercio, aunque el Euro tiene buena aceptación.
Mis principales fuentes de ingreso han sido el turismo y un sistema bancario liberal que en la década de 1960 a 1970 me ganó el sobrenombre de “La Suiza del Cercano Oriente”. En la reconstrucción se dio prioridad a la recomposición de Beirut como centro financiero de la región atrayendo depósitos de mundo árabe.
Mi sistema político:
Soy una república demócrata, presidencialista y unicameral. Mi pueblo elige a sus diputados; estos, al Presidente de la República, el cual nombra a un Primer Ministro que, a su vez, designa al gabinete o consejo de ministros.
Organizaciones Internacionales:
Soy miembro cofundador de la ONU, al igual que de la Liga de Estados Árabes y miembro, también, de la llamada Francofonía.
Mi presencia física:
Tengo una franja costera y dos cerranías que se alzan a los lados del Valle de Bekaa. Soy el punto central entre África, Asia y Europa, mosaico de culturas que logra la impensable función de Oriente y Occidente que señalaba el escritor de la India en lengua bengalí Rabindanath Tagore. Mis hijos dicen que en mi suelo estuvo el paraíso, el cual, según parece, se ubico entre el Tigris y el Éufrates, el arqueólogo Mauricio Dunant afirmó: Jamás se concoció un país tan pequeño con tan gran destino. Cuando mis hijos lo mencionan les preguntan: si así fuera, ¿por qué lo abandonaron tus ancestros? El emigrado Ferez Trabulse afirmaba orgulloso: No lo dejamos, lo extendimos. Salimos con el deseo de que nuestros hijos durmieran tranquilos. Y es que, en verdad, pocos países conjugan belleza e historia como yo, Líbano. Se dice que Dios, durante la Creación sonrió al moldearme; Su sonrisa roció mi tierra y la hizo fértil. Aunque este sea un dicho emanado del amor desmedido de mis hijos por su patria.
Algunos historiadores aseguran que llegaron a ella los amoritas (descendientes de Amorreo, hijo de Canaan procedentes del Mar Rojo, y se fusionaron con los Cananeos que habitaban mi litoral, dando vida al pueblo que los griegos llamaron Phoeniki (Fenicios hombres rojos). Entre sus legados destaca la invención del alfabeto fonético, 22 letras con sonido propio cada una, enseñando a los griegos por el mítico CADMUS, uno de los hijos de Agenor, Rey de Tiro, convirtiéndose en el primer maestro en la historia y cuya hermana, Europa, vivió un romance con Zeus, padre de todos los dioses, quien convertido en toro la raptó cuando jugaba en la playa y la llevó a Creta para revelarle los secretos del amor. El continente tomó su nombre. CADMUS fue en su busca y fundó Tebas, en Beocia, Grecia, en la Era Micénica; enseño el alfabeto a los griego quienes lo llevaron a Occidente, siendo el medio más efectivo de la comunicación: la palabra escrita. Fenicia abarcó, en su territorio la mayor parte de mis costas; otra parte estuvo en las de Palestina y Siria. Sus ciudades – reinos más importantes se ubicaron en mis litorales: Biblos, junto a la cual se alza la actual Jbail; Biblos es una de las urbes continuamente habitadas más antiguas del mundo. Tiro, cuyo nombre significa muralla, tiene un puerto de relevancia histórica y con gran significado para la cristiandad, pues allí predicó Jesús; conserva vestigios romanos y de otras culturas. Sidón, hoy Saida, es una ciudad documentada tres mil años a.C. Cerca está Canaa, situada a 10 kms. de Tiro y a 12 kms de la frontera sur. Tiene una población con mayoría musulmana shiita y un núcleo cristiano maronita. Canaa es la bíblica población en la que Jesucristo realizó su primer milagro convirtiendo el agua en vino durante una boda. La urbes eran amuralladas y en su interior se edificaban templos. Grupos provenientes del noroeste de Mesopotamia, llegaron a mis costas e iniciaron un basto mestizaje que, a través de los siglos, forjaría la actual identidad libanesa. Hacían incursiones sobre las tierras colonizadas y su primera dinastía fue en el sur, el Larsa con Gungunum I (1932 – 1906 a. C.). Sus orígenes se remontan a un tal Naplanum, supuestamente contemporáneo de Ibbisin de Ur, aunque no se constata en las listas de Larsa, de su hermano Zabaya, que reivindicó el título de jeque amorreo y que fundó varias dinastías no solo en Babilonia, sino también en Assur, Qatna y Alepo. La palabra amorita procede del sumerio martu, que significa oeste.
Los phoeniki o fenicios idearon técnicas para teñir telas con un tinte violáceo que extraían al múrice, un molusco gasterópodo del mar profundo, este color fue el escogido por las dignidades imperial y cardenalicia. Crearon sistemas comerciales, fabricaron jabones como los sumerios y en el arte tenían un estilo propio, enriquecido por los egipcios, los hititas y los asirios. Dieron transparencia a vidrio opaco de los egipcios. Sus marinos bordearon el Mediterráneo, circundaron África, arribaron a Iberia, a Britania y Costas escandinavas, sumando su incierta llegada a Paraiba, en las costas brasileñas del Océano Atlántico.
Yo, Líbano, tengo un bello color azul en mis aguas, ornamentando con el blanco de su espuma. Luzco el verde de mis cedros, bajo cuyo ramaje se percibe el canto de las aves y el murmullo de los manantiales, nutridos con la nieve derretida que, al bajar de l monte se convierte en líquido formado por las lágrimas de Astarté, la diosa de la fertilidad, dando vida a tres mil quinientas especies botánicas con los caudales de los ríos Eléuteros, Adonis y Licus, así como del Litani o el Río del Perro (Najar el Calb), y el Río Hasbani que del Monte Hermon corre hacia el Ríos Jordán, nutriendo a la flora y transformándose en un bálsamo con el éter aromatizado para las dálias, las rosas y las anémonas, los crisantemos, los limoneros y los manzanos.
Los rayos del sol tienen una alucinante mezcla de colores. De noche, mi cielo es engalanado por millones de estrellas que coquetean con las aldeas esparcidas en el regazo de mi montaña. Y, entonces, la gente canta: Nejna u el amar yirán (Nosotros y la Luna somos vecinos).
A pesar de que muchos de los libaneses que emigraron a finales del Siglo XIX e inicios del Siglo XX lo hicieron sin cursar la educación media, hablaban como poetas, porque yo, Líbano, soy un país cuya naturaleza es como la poesía que desborda el jazmín y alimenta el alma.
En la década de 1960 viví una etapa que el mundo calificó como mi época dorada. Se mantenían las tradiciones de las aldeas, como aquellas reuniones al atardecer junto a la fuente, el sitio más frecuentado después del templo y el hogar. A su alrededor la gente jugaba y cantaba, para luego escuchar las narraciones de los shaikhs, ancianos que por su edad y sabiduría se volvían los consejeros del pueblo. Contaban las historias que nos embelesaban en la edad de los sueños y de las ilusiones, con duendes, hadas, genios y palacios, princesas y príncipes.
Mis hijos emigraron por los excesos del dominio otomano, imperio cuyo esplendor decaía y entraba a un ocaso que los llevaba a provocar conflictos para divirme y apagar mis ansias de libertad. Envenenaban a las diferentes confesiones y etnias; mas puedo afirmar que, salvo pequeños grupos intolerantes, mi pueblo no es fanático sino sensible, con criterios religiosos distintos a los de un Occidente más metalizado. En la diversidad que viven, la mayoría de mis hijos son tolerantes, aún cuando se vivan tormentas provocadas por intereses foráneos sin negar la culpa propia al caer en trampas que deberíamos haber superado al conocer sobradamente los daños del sectarismo.
MI historia se formó de manera contrastante, con siglos de equilibrio y otros de zozobra, De 1975 a 1990, el más frágil eslabón de mi cadena casi se rompió. Retomé la libertad y el deseo de que mis hijos moldeen su destino con la mayor dignidad.
Por mucho tiempo la tranquilidad se esfumó y banderas extrañas ondearon en mí cielo impidiendo a mi gente ver el azul celeste sin ser lastimados por lo que ellas representaban; abundantes lágrimas rodaron por las mejillas de las madres libanesas; que no daban hijos para la vida sino carne para la muerte. Lo que sucede cuando se pregonan ideas sectarias con una pasión homicida que supera a la razón y que destruye la unidad nacional.
De tiempo en tiempo se me impide vivir en paz y, en cada conflicto, sigo viendo a mis vástagos partir, enmudecer o morir.
Sigo sometido a duras pruebas de las cuales, hasta ahora, he salido adelante; y mis fustigadores deben recordar que nunca he sido doblegado. Mis hijos lucharán siempre derramando gotas de sudor, de sangre y de tinta para defender mi Independencia, mientras que los emigrados y sus descendientes difundirán mi mensaje de perenne soberanía, la cual posee un mayor significado que el que pueda tener el sacrificio y el dolor.
Es difícil vencer las intervenciones contra mi autonomía y retener los 10,452 kilómetros cuadrados de mi territorio; pero mis hijos me han mantenido como lo que siempre seré: un estado libre. Cada libanés y sus descendientes serán garantes de mi soberanía y de mi identidad. Y ello me ha bastado para sobrevivir y para mantenerme en el concierto internacional, clamando al mundo con mi voz fuerte y la frente en alto:
¡SOY LÍBANO Y QUIERO PAZ!